sábado, 14 de mayo de 2016

     Viajar es fenomenal, sí, te renueva, revive las ganas de emprender grandes proyectos, del ahora sí, a comernos el mundo; y a quién no le ha pasado? Cuando viajamos, algo en nuestro interior nos hace vibrar al ritmo del lugar que visitamos, nos desconecta de todo y aparece algo así como una suerte de cambio de vida, de renacimiento, de felicidad... Nada como conocer nuevos horizontes, probar nuevos sabores, pensar que esa es nuestra vida.  Hasta que regresamos a casa y progresivamente regresamos a la realidad. No lo tenemos y lo queremos, cuando lo tenemos,  queremos otra cosa.  

     Cuando iniciamos nuestro proyecto de partir  buscando nuevos horizontes para completar los estudios de mi hija, decidimos que la familia  en pleno debía acompañarnos, claro, la parte de la familia que no puede tomar decisiones propias obviamente, familia en pleno para nosotras puesto que nadie más compartía nuestro interés de emprender este osado viaje. Pensamos que quizás era mejor dejarlas al cuido de algún familiar mientras nos establecíamos pero nadie podía tenerlas así que ocho patas peludas y 21 años compartidos entre dos nos acompañaron en un largo viaje.
     Emigrar no es fácil, hacerlo con mascotas menos. 

     De Venezuela a Londres

     Como muchos, para el momento del viaje, pensé que había leído y aprendido todo lo necesario, tomado las previsiones, consultado suficiente con quienes partieron antes al mismo destino, en fin, que no había página de internet o testimonios que se hubieran escapado a mis ansias de prepararlo todo, de saberlo todo, de  arreglarlo todo. 
     
     Lo primero que hice fueron los trámites de nuestras compañeras de vida de 12 y 9 años, parecían fáciles al principio pero a medida que iban avanzando comenzaron las contradicciones, el desconocimiento de trámites de las mismas autoridades y la lucha por hacerme entender, suelo pasar por fastidiosa y generalmente la gente no reconoce fácilmente cuando tengo la razón. Atravesé por diversos contratiempos, equivocaciones de otros que fueron corregidas a la fuerza, fui tildada de intensa, hasta me aguanté malos humores por mi insistencia en que se hicieran las cosas como yo decía;  pero que bueno que soy así, rompí la barrera que todos pregonaban de que ineludiblemente pondrían en cuarentena a nuestras mascotas al llegar a Reino Unido.  Un viaje largo sin duda, casi veinte horas desde el momento de la salida contando la conexión y un par de narices chatas ancianas, con prohibición de volar en prácticamente todas las aerolíneas, iban camino a Londres en la bodega del avión y como carga pues a Inglaterra ningún animal puede llegar de otra manera, así que se sumaron a los gastos, el pago de la aduana en dos países además de su traslado, que gracias a la situación económica tan cambiante se multiplicó doscientas veces en cosa de pocos días. Primer consejo: Lean línea por línea la página de la embajada del país de destino y cumplan lo que piden al pie de la letra, cualquier mínima falla será utilizada en su contra.  Cuarentena, para el que cree saber que es pero no lo sabe, se traduce en 4 meses de retención de la mascota, no en 40 días como muchos creen; si vas a Reino Unido, y tus mascotas no pasan la inspección solo te esperan tres opciones: a) La cuarentena por 4 meses en el lugar que selecciones, con un costo equiparable al alquiler de un mes de vivienda moderado; b) La negación de la entrada al país y en consecuencia, la devolución inmediata al país de origen con el agravante de las complicaciones que pueden surgir si no consigues cupo o no tienes el dinero para hacerlo y c) De no poder asumir el costo de la estadía de la cuarentena y ser imposible retornarla al país de origen, el más aterrador desenlace que podría existir y que solo escribirlo me eriza el cuerpo: El sacrificio de la misma sin indemnización. Me pregunto quién piensa en indemnización cuando te arrebatan parte de tu vida? Esos detalles solo te los da la lectura, la investigación, nadie los conoce, bueno, ahora sí.